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lunes, mayo 02, 2022

Foto

Es la foto de la felicidad.

Guapísima mi madre, preparada para la Feria, presumiendo de su niño con su sombrero cordobés.

Es el instante mágico que nunca vuelve, pero al que tenemos todo el derecho a recurrir, sin necesidad de enredarnos con el pasado.

A mí de la Feria sólo me gustaban los cacharritos, la calle del Infierno, donde se me removían las tripas de miedo y diversión.

¡Quiero montarme en el Gusanito! —Los niños son caprichosos.

Y cuando me montaban allí, gritaba de terror para que me bajasen.

La Feria no es un invento hecho para los niños, si no es para mostrarlos. Es una fiesta de los mayores. De pequeño ves a los adultos borrachines, gritones, tocones, risueños, graciosos y no terminas de entender nada.

Vámonos para casa —protestábamos.

De mayor, en cambio, te das cuenta que la vida es eso. Una feria. Un abrazarte a los amigos, un dejar de lado los marrones, un canto a la belleza, a los colores del albero, de las luces—, al beber, al comer y al bailar. No hay más.

A mí me emocionan muchas escenas de la Feria, cuando veo a las abuelas, presumidas, bailando sevillanas con la perfección de la sabiduría, cuando ves a gente formal perdiendo los papeles con risas que no imaginabas, cuando alguien te confiesa que echa mucho de menos nuestros encuentros de entonces.

Mi madre era así, ferianta, alegre, bella. Yo no supe verla, porque era muy chico, con los ojos con que la vería ahora disfrutar, reírse; ya nunca la veré trabándosele la lengua de beber rebujito, ni ella me verá vestido de chaqueta, todo un hombre, presumiendo de ser una persona feliz y enamorada.

Ya no. 

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