Y faltar a tu palabra.
—Me he equivocado, y no volverá a ocurrir —nos dijo.
En plena crisis económica, con más de cinco millones de parados, se fue a cazar elefantes a Botswana, insensible a los padecimientos del pueblo al que le dimos la oportunidad de representar.
—No sé si soy monárquica, pero soy juancarlista —le escuché a mi madre, cuando yo era un enano.
La avaricia arrasa con todo, cuando no se tienen principios. Esa necesidad de acumular fortuna, con una máquina de contar billetes en la Zarzuela, comprando el amor de la amante a base de millones de euros obtenidos como comisionista.
¿Se puede hacer peor?
Ahora vemos a un pobre hombre, viejo, perdido, consciente de haber dilapidado el capital humano que ganó cuando apostó por un estado democrático para nuestra querida España. Se acostará con elefantes en la cabeza, con fajos de billetes saltando como ovejas para coger el sueño, con la condena adelantada de saber que un día se le quiso de corazón y que esos tiempos no volverán, ya maldito para siempre.
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