Una cosa llevó a otra y el chaval, con muchos nervios, nos preguntó qué hacíamos en Tokio. Su novia sonreía con la timidez propia de los japoneses con los extranjeros.
Al rato habíamos juntado nuestras mesas en el restaurante, ellos nos comentaban los mejores lugares para escuchar música y nosotros les explicábamos todo aquello que nos sorprendía de su país.
¡Tan fácil!
La realidad es que esas situaciones ocurren de higos a brevas, con lo sencillo que sería romper una conversación para decir.
—¿Cómo estás?
Los turistas, en cambio, tienen la tendencia a encerrarse en ellos, a cenar entre ellos, a mirar las ciudades y los paisajes desde su propia interpretación, sumergidos en sus esferas culturales poco dispuestas a airearse con los vientos locales, sin dejarse llevar por los remolinos de lo de ahí, lo que se trama, lo que se escucha, lo que se hace. Vibrar con la frecuencia de sus sonidos.
—Yo estoy bien, gracias por preguntarme. Deseando saber de ti.
No hay comentarios:
Publicar un comentario