Lo que no vale es decirlo a diario.
Lucho por no avergonzarme de expresar, no a nadie sino a mí mismo, mi hartura. Esos días en los que ves que a las ocho de la mañana tienes reunión con el amargado de turno, que Fran está en San Sebastián y que no tengo yogur en la nevera. Sí. Me cabreo con el mundo, saco mi tablao de Farruquito y me pego mi 'zapateao'. Me meto en la ducha y me achicharro, con plena consciencia, hasta que con la toalla me seco mi mala uva y abro las ventanas.
No quiero ser contenido conmigo mismo. Quiero concederme esos instantes de pataleo casi infantil en el que me digo, en el tono dramático que corresponde, que no puedo más.
La luz de amanecer de mi ciudad, que me conoce, hace por amansar a la fiera.
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