Elegir es un verbo asesino, que va dejando cadáveres en el camino.
Ya no seré nunca mil hombres que quise ser, ni podré saber qué hubiera sido de mí de haberle dicho sí a esa persona, de haber estudiado lo que quise y no lo que debía, de haberme ido a vivir allí cuando me lo propusieron.
Ya nunca podré ser experto en tantas disciplinas que me apasionan, ni podré alcanzar esa medalla en esos campeonatos, ni me ofrecerán ser portavoz de grupos en los que creí, pero con los que no me mojé lo suficiente.
Ya sólo seré lo que decida ser desde este momento, atento a las puertas que aún se me presentarán, seductoras, agoreras o desafiantes, que tendré que traspasar o no, hasta llegar al único picaporte final.
Atravesar una puerta es renunciar a la de al lado, tomar este camino es no conocer lo que me depararía el otro, abrazarme a ti es no abrazar a otro.
Elegir es un verbo cruel, porque te roba infinitos futuros que no vendrán, pero es un verbo de valientes, de los que sabemos que no nos podemos parar en la eterna duda de imaginar cuál es la puerta correcta, porque la vida en mayúsculas es de quienes las traspasamos con decisión, conscientes de que sólo seremos algo si renunciamos a ser todo lo demás.
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