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sábado, abril 30, 2022

Condensada

Yo sólo usé ese abrelatas para la leche condensada. Hacía un agujero en cada extremo, para que por uno pasara el aire y desde el otro chupara como un biberón esa masa empalagosa de leche espesa que era el culmen de las meriendas infantiles. La felicidad más primitiva, asociada al sentido del gusto. Un derroche de dopamina que daba sentido a todo. Tanto como el placer de bajar, en el descanso tonto de cada tarde, mientras hacíamos los deberes, para comprar una palmera de chocolate, con todo el protocolo de subir con ella, desenvolverla delante de la tele y darme el gustazo de disfrutarla como si no hubiera un mañana.

Sigo siendo de dulce, como hay quien es de salado.

Ayer tomé un salmonete a la brasa que estaba de escándalo.

Está dulce le comentaba a Fran.

No hay mejor definición del placer de una comida, para mí, que decir que está dulce. Esa dulzura que me lleva a los tiempos en los que uno podía sorber de la lata de leche condensada sin remordimiento, cuando te rechupeteabas los dedos con el chocolate de la palmera.

Los años, la ciencia y el querer vivir bien hacen contemplar como una quimera aquellos tiempos que no volverán, ahora hay otras felicidades, más sutiles, menos sensoriales, más maduras, pero que a veces me llevan al cosquilleo que me producía amamantarme de leche condensada bien fresquita.

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