—Perdone, caballero.
Una señora de muy avanzada edad, con bastón, se agarraba sin resuello al portal de su edificio.
—¿Puede ayudarme a abrirla? —Hacía movimientos sin apenas fuerza—. No puedo con mi alma.
No lo decía con angustia, sino con la sonrisa propia de quien asume sus circunstancias con dignidad.
—Claro, señora. —Empujé como si me fuera la vida en ello—. Esto está cerrado. —La mujer hizo por acercarse al telefonillo—. Déjeme a mí. ¿Qué piso es?
—Ése de ahí —intuí que era analfabeta—. El botón que está más hacia abajo.
Desde arriba le echaron una bronca y ella se rio, con una disculpa hacia mí en su mirada.
—Es usted muy amable.
Le abrí la puerta, le despejé el camino hacia el ascensor y ella no dejaba de agradecerme.
—El agradecido soy yo, señora. Este momentito es lo más bonito que me ha pasado en todo el día —le dije.
Y me sonrió.
No hay comentarios:
Publicar un comentario