Se me vienen nombres a la cabeza. Amigos que tienen vidas divertidísimas, llenas de estímulos, amplias, interrelacionadas, imprevisibles, coloridas.
Sin embargo, no se dan cuenta, te miran con cara de cuerno y se quejan por lo más mínimo.
—Estoy hasta los mismísimos —protestan.
A mí me gusta zamarrearlos y relatarles como se ve su vida desde mi ventana. Con ejemplos. Con detalles.
—¿Te das cuenta de que eres un afortunado?
Entonces relajan la frente, desfruncen el ceño y te dicen:
—Qué cabrón eres.
Tenemos que contarnos, de vez en cuando, todo lo bueno que hay en nosotros.
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