Es todo un mantra cuando lo proclamas, con sinceridad, entre los tuyos.
Y funciona también, vaya que sí, cuando te lo dices a ti mismo sin hablar.
Hay muchas ocasiones, a diario, en las que es muy recomendable cantar al aire pequeños bienestares en los que una brisa, una charla, un aperitivo o unas risas ponen a nuestro cuerpo en estado de un exquisito abandono de todo lo que no sea ese momento.
Sucede, sin embargo, que no nos lo decimos. Y cuando a las vivencias no se les pone nombre, por sencillas que sean, puede que pasen desapercibidas.
Yo intento siempre practicarlo. Decirlo en voz alta a mi gente cercana. Tan fácil como aprovechar un instante de silencio.
―Qué a gusto estamos.
E inmediatamente los pulmones se llenan, el diafragma se recoloca y una corriente de placer del bueno se hace fuerte entre nosotros.
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