Me di cuenta ya de pequeño en el colegio. Había gente que malmetía con el argumento de que todo el mundo era igual que ellos.
Pero no es una cualidad exclusiva de los retorcidos, también de los inocentes, de los santurrones, de los estresados, de todos aquéllos que no tienen la inteligencia emocional para saber que cada persona es un universo con filtros diferentes a los suyos.
Es clave para entender el mundo, y para situarse en él con cierta estabilidad, asumir que tu visión de las cosas es particularmente tuya, que lo que a ti te hace feliz a los demás les puede resultar indiferente y que las razones para vivir no están escritas en mármol.
Por eso tenemos que potenciar, en la medida de lo posible, la empatía. Para entender mejor las reglas en el otro y, así, comprender mejor nuestro papel en el tablero de juego, tan divertido como doloroso, que es el estar vivo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario