Esa cualidad no implica que sean más o menos felices, sensibles o interesantes, tan sólo arrastran esa aura de la que no se saben escapar. Tal vez ni se den cuenta de ese tono azul con el que adornan todo lo que tocan.
Yo no termino de congeniar con ellos, tal vez porque tienen algo de mí de donde sí supe escapar, una marea de fondo que trata de enredarme hacia el terreno resbaladizo del lamento, la mirada baja, el gesto austero.
Prefiero forzar a vivir en territorio extraño, infiltrado, allí donde hace sol, a pesar de que mi semblante a veces me delate y haya quien me pregunte.
—Salva, ¿estás bien?
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