Es una consecuencia directa de los tiempos en los que vivimos, en los que todo se mueve a una velocidad de vértigo y la palabra paciencia se ha devaluado hasta ser considerada como una tara.
Queremos conocer las noticias ya, que nos traigan el sushi ahora, ver ese vídeo en este momento, que me traigan esa camiseta mañana. Vamos construyéndonos necesidades imperiosas en el día a día y muchas no tienen que ver con el dinero, sino con la información. De ahí que consultemos de manera compulsiva el móvil para comprobar si ha pasado algo nuevo en Ucrania, con los transportistas, en nuestra ciudad.
Tomamos el teléfono ahora y lo volvemos a consultar cinco minutos después, como si en ese suspiro de tiempo el mundo se haya podido dar la vuelta del revés.
Yo trato de aplicar la contención. Aparcar el móvil durante horas en la mesita de noche, tratar de no consultarlo cuando estoy cenando, pasear sin mirarlo en busca de no sé qué.
No es sencillo. No hay lugar para el que mires en el que no haya alguien viendo el móvil, que muchas veces, es cierto, ofrece una compañía inestimable.
Yo, en todo caso, aplico la contención. Casi siempre respondo con tardanza porque trato de ir a mi ritmo y no me gusta que un aparatejo controle mi respirar.
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