No soy nada partidario de la perfección.
Es una cualidad castrante, llevada al extremo. Nada satisface, nuestros proyectos se vuelven inalcanzables y todo se ralentiza.
Tenemos que saber encontrar ese umbral sano en el actuar, decidir o posicionarnos sin que cada cosa esté necesariamente en estado de revista.
La gente perfeccionista sufre horrores y lo hace porque pretende meter en una cuadrícula la realidad humana, que no es sino fullera, imprevisible, caótica, desordenada.
Tengo el convencimiento íntimo de que la vida me ha tratado bien por haber sabido enfrentarme a mis retos con el pragmatismo de saber, de antemano, que no puedo permitirme quedarme quieto por temor a no ser impecable.
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