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martes, diciembre 01, 2020

Sectas

Me dan mal rollo las parejas-sectas.

Éstas que van a todos lados cogidos de la mano y cuchichean entre ellos antes de intervenir en cualquier acto social. Uno detrás del otro para escucharte, los dos juntos para responder, ensimismados el uno con el otro. Se dan la vez, se dan permiso.

Dúos para todo. Todo en su interior. Hijos amaestrados en los ritmos de sus obsesiones, que suelen ser las mismas. 

No hay parejas que funcionen que no tengan un amplio mundo en común. Lo digo en primera persona. Complicidad, armonía, equilibrio. No funciona el amor si no hay equilibrio, tan cierto como que hay amores que funcionan en el ensimismamiento mutuo y continuo.

He conocido tanta gente que se introduce en un agujero al encontrar a su amor. Un agujero querido por los dos, sí. Un agujero que será verde, enorme, calentito, divertido para ellos dos. Allí se meten con todo. Sus ilusiones, sus niños, sus dineros, sus risas. Cierran el agujero con una tapa de cristal a la que de vez en cuando dejan que te asomes para ver su vida ideal.

No suman dos si no están juntos.

Gente que decide que su universo se ciñe a su pequeño mundo y observa, con miedo y entre susurros, a los que no compartimos ese espacio al que, con risas de conejo, no te permiten entrar.

Prefiero amar sin estar tan pegado.

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