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viernes, diciembre 18, 2020

Policías y ladrones

Yo sólo quería jugar a Policías y Ladrones.

Eran veranos eternos y, sin saber razonarlo, entendía que se iban para siempre los años de la inocencia. A la pandilla comenzaba a alterársele las hormonas y los juegos se transformaban en flirteos torpes entre niños y niñas. Muchos acababan con premios que consistían en darse un beso, en tocar al otro, en decir quién te gustaba más.

Cuando eres homosexual esos años se convierten en tortura, porque sientes que todo el peso de la culpa ha caído sobre ti. Te ves solo en el mundo y un futuro pintado en negro. Acabas dándole el beso a esa chica, dejándote tocar y diciendo que te gusta Marta cuando te mueres por Enrique.

Por entonces no había referente alguno en quien apoyarse, ni un internet para investigar. Te sentías sucio y ridículo porque la sociedad había hecho sucio y ridículo todo lo que tuviera que ver con sentir diferente. No te atrevías a hablarlo con nadie, ni con tu mejor amigo, porque temías la delación. Que un día se enfadara contigo y te traicionase. Había culpa, vergüenza y rabia. Un cóctel explosivo para un adolescente que sólo quería ser como los demás.

Yo me encerré en mi caparazón desde esa lejana adolescencia hasta que fui un hombre hecho y derecho, con trabajo, independencia económica y casa propia. Pasé un desierto enorme de falta de afectos, de encuentros furtivos, de lucha contra mí. Yo era un témpano de hielo que escuchaba a los demás, pero no hablaba de nada que tuviera que ver conmigo. Luché, con la máxima dignidad, por ser alguien válido. 

No buscaba sexo, buscaba una caricia. 

Esa primera caricia de amor no llegó hasta siglos más tarde de aquellos día en que mis amiguetes, entre las risas flojas de las noches de verano, me gritaban que diera un beso a una chica cuando la botella terminaba de girar apuntando hacia mí.

Yo sólo quería jugar a Policías y Ladrones.

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