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jueves, diciembre 31, 2020

Cuerdos

A veces pienso que demasiado cuerdos somos.

Incluso cuando la vida se ofrece plana y soleada, en los tiempos, que todos hemos pasado, en que existir es pura inercia celeste, con días que se suceden en plena armonía corporal, con tardes en que quedamos dormidos leyendo y nos despertamos a caer la noche, noches que se suceden entre risas en la cocina, períodos de sueños reparadores, de sonrisas al espejo, de olores a puchero por las ventanas.

También ahí se puede encontrar la locura si se mira debajo de la alfombra.

Estamos, los humanos, hecho de pasta resistente, cercana a lo surrealista. Nos manejamos con presteza sin saber muy bien hacia dónde vamos. Corriendo, corriendo... Más proyectos, más compras, más amigos, más dinero.

Lo sano en nosotros es que no queremos conocer lo absurdo de existir. Ésa es nuestra salvación.

Ocurre que llegan días duros, enfermedades terribles, personas que desaparecen, amores que mueren, desilusiones laborales y desengaños que nos hacen mirar, esta vez sí, debajo de la alfombra.

Yo soy de los que, desde pequeño, me dio por mirar ahí debajo. Ver la mierda que había, las pelusas, lo inservible, las monedillas que no valían para nada. Tal vez miré obligado la primera vez, pero ya supe lo que había. Me cabreé, ya de muy joven, con el mundo. Atravesé, con sudor frío, la montaña del desconcierto, el desierto de lo absurdo, hasta llegar al paraíso escarpado de asumir la gran verdad. Que sólo había algo seguro: siempre me tendría a mí.

Una vez que comprendes que todo es incomprensible ya tienes armas para luchar. Ya eres tú quien construyes tus reglas.

Porque entonces sí hay un objetivo, cuidarnos. Al tenerme a mí, al cuidar de mí, podía amar y recibir amor. ¿Qué hay más que eso?

Admitir nuestra endeblez es la mejor cura para permanecer cuerdos.

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