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martes, diciembre 08, 2020

Comparar

Viajar sirve para comprobar que no todos los paletos están en tu tierra.

Tomaba este verano un gintónic en el Club Náutico de San Sebastián con mis amigos donostiarras y exclamé la belleza de la ensenada de La Concha al anochecer. 

Es impresionante cómo la naturaleza se mezcla con el urbanismo en esa ciudad que yo amo.

Igualito que el Guadalquivir prorrumpió, con un pretendido acento andaluz, un espontáneo.

El Guadalquivir es maravilloso afirmé, sin buscar sangre. 

La gente se afana en comparar. Qué ciudad es más hermosa, qué sociedad es más culta, dónde se vive mejor, qué cielo es más azul.

Vivir no es comparar, sino vivir.

Yo aprendí hace mucho tiempo que mi ciudad es pequeña y no la habitan ángeles. La quiero tal como es. Como quiero a la gente imperfecta que elegí a mi lado. Como me quiero a mí con mis limitaciones.

Saber viajar consiste en empaparte del entorno sin apriorismos. En ese momento en que disfrutas de la ciudad que visitas todo es ese paisaje y tú, sus gentes y tú, los vientos que la recorren y las emociones que te provoca sentirte uno más. No hay nada que no sea ella y tú. ¡Qué más da dónde naciste!

No hay nada más cateto que creer que tu tierra es lo mejor.

Ser tokiota en Tokio es cuestión de actitud, aunque tu acento sea andaluz. 


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