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viernes, enero 01, 2021

Geografía

Me fascina la Geografía y no sé por qué.

Recuerdo un mediodía de nuestra infancia en que los cuatro hermanos comíamos en casa. En la tele pusieron un anuncio que animaba a visitar Aragón.

¡Dónde estará Aragón! exclamó, gamberra, mi hermana Raquel.

Yo no podría vivir sin saber dónde está contesté, dramático, sin ser más que un mico que no levantaba un palmo del suelo.

Un atlas era un manjar para mi mente. Sin salir de Sevilla viajaba por todo el planeta e imaginaba climas, paisajes, razas, idiomas. Memorizaba ciudades, ríos, nombres de regiones italianas, los estados americanos, las cordilleras. ¿Qué me hacía sentir así? Encuentro la respuesta en la pura curiosidad. Cuando entras en el bucle de la curiosidad buscas respuestas y cuando las encuentras vienen otras. Y gran parte de la curiosidad me la provocaba la lectura. De cuentos infantiles, de novelas juveniles, de periódicos, de revistas.

De ahí que en cuanto pude quise convertir el atlas en realidad. Con menos de veinte años ya había viajado al círculo polar ártico. 

Mis sueños de juventud, a falta de otros estímulos, se basaban en ampliar mi mapa como quien coleccionaba estampitas.

Una vez terminada la universidad, época de interminables viajes mochileros, cada vez que me llamaban al despacho del director de mi fábrica de Renault, algo excepcional en los primeros años y siempre relacionado con alguna noticia importante para mí, me enfrentaba al gran mapamundi, inmenso, que colgaba de la pared justo a mi lado. El gran jefe tenía a su lado Sudamérica, a mí me tocaba todo el Atlántico para mí solo. Para calmar los nervios, desde entonces, me fijaba en la isla diminuta del sur del océano, la isla Bouvet, que quedaba a la altura de mis ojos. Entre paréntesis quedaba señalado que pertenecía a Noruega, a miles de kilómetros de allí. ¿Por qué de Noruega? ¿Qué habrá en esa isla? ¿Alguien la habitará? Entre tanto, el director me comunicaba un cambio de puesto, una misión que realizar, un destino nuevo. Yo, para calmar nervios, me proponía volver a investigar por qué la isla Bouvet pertenecía a Noruega, mientras las piernas me temblaban por mis cambios profesionales.

Sí, no puedo estar en un lugar y no saber situarme en el mapa. Desde la ventanilla de un avión, desde la ventana de un tren, busco siempre con la mirada pistas del territorio que cruzo.

Sigo poniéndome nervioso cada vez que visito una nueva ciudad, cuando tomo una curva que me lleva a un paisaje desconocido, al descubrir una plaza nunca antes vista.

Querría llenar de colores el mapamundi de mis viajes. 

Mientras tanto me vale un atlas. 

Me pone.

No sé por qué.




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