Pese a mis disculpas, aceptadas por ella, sus lágrimas al otro lado del teléfono me dejaron sin dormir.
—No quiero hablar más del tema—zanjó, con buenas palabras.
Esperé su mensaje al día siguiente, que intuía que llegaría. En mi respuesta, lamenté, de nuevo, el disgusto y su tristeza.
—Yo te quiero mucho —me dijo.
—Y yo a ti. No lo dudes nunca.
Cuando el amor es verdadero, hay que curar las heridas en cuanto aparecen.
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