Con espacio más que sobrado para poder leer sin tener que estar pendientes de un balonazo ni estar obligados a escuchar las conversaciones de los de la toalla de al lado, vuelves a reconciliarte con el olvidado placer de leer, bañarte, adormilarte, charlar y tomar el sol.
Muy adecuado a su nombre, allí hemos encontrado un chiringuito rudimentario, de los de antes, con mesas de patas en la arena, que hace honor a su nombre, 'El escondidinho'.
La señora que nos atiende, seca y simpática por igual, nos riñe cada vez que pedimos de comer.
—¿Eso vais a pedir otra vez?
La primera vez que fuimos, hace unos meses, nos puso un calamar chamuscado y decidimos no volver. Decidimos darle otra oportunidad, hasta que hoy nos puso unas sardinas negras como el carbón.
Lo perdonamos. Queda por encima el placer de sentirnos en el paraíso.
Basta con cambiarle el nombre al chiringuito, 'El achicharradinho'.
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