Conozco dos lugares en el mundo donde te poner la mejor cerveza helada, Sevilla y Tokio.
Era verano, acabábamos de aterrizar en Japón y yo miraba la mirada de Fran. Era su primera vez y para mí el disfrute era observar sus reacciones.
En cuanto el autobús nos dejó en el hotel, salimos escopetados a recorrer la ciudad. Era mediodía. Los ejecutivos, todos vestidos de camisa blanca y pantalones azules, se desplegaban por los restaurantes del barrio de negocios en el que nos alojábamos.
—¿Sabríamos llegar al sitio de las cervezas heladas? —le preguntaba la otra noche a Fran, rememorando aquel viaje.
Los dos concluimos que sí, que sabríamos encontrar el camino hacia ese restaurante con escalones en la entrada y mesas separadas por tabiques de madera donde nos reímos tanto.
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