Tuve mi primer sexo cuando acababa la universidad.
Tras soñar mil veces con ese momento, llegó de la forma más inesperada. Era verano, caminaba por la Avenida y me crucé con un hombre frente al edificio de Correos, que me miró.
Me detuve y giré la cabeza. Él se detuvo y vino hacia mí.
Yo me puse tan nervioso que tuve que sentarme en el escalón de un portal. Él se sentó a mi lado. Tenía diez años más que yo. Me invitó a su casa.
—Está cerca de aquí.
Recuerdo que fuimos a por mi vespa, que me tomé el primer y último porro de mi vida en su azotea, y que le dije que tan solo necesitaba un abrazo.
Fue delicado conmigo, mientras yo temblaba, ¡me dio ese abrazo!, me desnudó, me acercó a su habitación.
—No hay ninguna prisa.
Nunca lo volví a ver, nunca lo olvidaré.
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