Mis romances con la felicidad tienen mucho que ver con escenas que hubiera querido que se repitieran de por vida, pero las cervezas en el Cancún empezaron a desvanecerse conforme mis amigos se echaban novias, los veranos en La Antilla se acabaron cuando la familia se dispersó, los entrenamientos en el Guadalquivir se fueron cancelando en cuanto tenía que elegir entre el remo o la universidad.
Recuerdo como especialmente gloriosos los sábados al mediodía, siendo muy pequeño, cuando terminábamos de comer y nos tirábamos en el suelo fresquito del salón, con cojines repartidos por el suelo, para empezar a ver la película de la semana, ¡Primera sesión!
Casi siempre de vaqueros, acabábamos todos los hermanos dormidos mientras los tiros y puñetazos se mezclaban entre nuestros sueños infantiles.
No éramos conscientes de nuestra felicidad.
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