No hace mucho acabé por asumir una realidad con la que viviré hasta mi muerte: la mala educación de nuestra sociedad.
Me gustaría desprenderme de mi elevada sensibilidad ante el inacabable listado diario de personas irrespetuosas que nos hacen la vida mucho más fea de lo que en realidad podría ser.
Pese a las sonrisas, los buenos gestos, la alegría de muchos de quienes me rodean, no tengo capacidad para obviar al que grita, al que chulea, al que mira mal, al enteradillo, al egoísta.
Lucho por invisibilizarlos, para siempre fracasar.
Cuesta trabajo convivir entre personas que no saben que conviven con otras personas.
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