Yo tendría seis años.
Sobre todo me afectó la tristeza sin consuelo de mi madre.
Sin pensarlo, una tarde me acerqué a su habitación y me inventé una historia, porque no sabía como decirle que su dolor era también el mío.
—Mamá, ¿sabes qué? Hoy he soñado que jugaba con el abuelo.
Ella me abrazó y rompió a llorar.
Nunca le dije que me lo inventé.
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