Tuve un director francés que, tras cada reunión, nos afeaba el que arrastrásemos las sillas o las dejásemos apartadas, de cualquier manera, de la mesa.
Podría parecer una tontería, podría hablar de otras cualidades más complejas de este hombre, que las tenía, pero a mí me demostraba con ese comentario la importancia que le daba a la más estricta educación, entendida como actuar pensando en los demás.
Es desagradable el ruido de una silla que se arrastra o llegar a una sala de reuniones como si allí hubiera habido una fiesta de pijamas.
No hay vez en la que me levante de una mesa de un restaurante y levante la silla para colocarla correctamente en su sitio.
Aún no he llegado al punto de solicitarlo a los demás, porque pienso, tal vez con cierta inocencia, que el ejemplo es la mejor forma de predicar.
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