La propietaria del pequeño hotelito de Ibiza no nos dio margen ni a una ducha tras el viaje.
—¡Que aquí anochece muy pronto!
Habíamos ido a la aventura en un vuelo de última hora, sin preparar nada, salvo el cotillón.
—¿En La Farándula? —Se interesó por nuestras uvas—. Habéis elegido muy bien.
No estaba dispuesta a dejarnos marchar sin organizar nuestra agenda.
—Esta noche os vais a ir a cenar a Ibiza, veréis que ambiente más bonito por Vara de Rey. ¡Que la ciudad es patrimonio de la humanidad! Subís a la catedral y cenáis en el Ebusus.
Fran anotaba todo. Le preguntamos por alguna cala para visitar al día siguiente y nos hizo una ruta con las horas de salida y llegada al hotel.
—Y este pueblecito, Sant Agustí des Vedrà, no os lo podéis perder.
Cumplimos a rajatabla el plan, encantados con nuestra improvisada mamá ibicenca.
¿Y si el mundo estuviera lleno de gente así?
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