Así ocurre desde hace decenios con la bandera de España y, desde algunos años atrás, con la Monarquía.
De tal exhuberancia de rojo y amarillo en las manifestaciones contra todo lo que huela a izquierda, aquellos que nos sentimos progresistas comenzamos a sentir una cierta animadversión hacia nuestro propio símbolo.
Los que más presumen de patria son los que más la dividen, así que cuando me junto con alguien con pulseras, pendientes o cinturones de esos colores pongo pie en pared.
Ya solo me gusta mi bandera en los partidos de la selección.
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