Es una complicidad surrealista, esas risas que él se pega cuando hago una de las mías debido a mis despistes.
Que me pego un resbalón, que busco las llaves y las tengo en la mano, que me lanzo a bailar como un descosido, que se me cae la tostada con la mantequilla hacia abajo, entonces siento su risa.
¿Será que mi Dios es un guasón?
Se ríe de mí, tal vez, porque yo me río de él.
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