—¡Sois unos borregos!
Íbamos como sardinas en lata en un tren que yo solo cojo de vez en cuando para hacer un transbordo entre AVEs cuando viajo entre Valladolid y Sevilla.
—¡Todos los putos días lo cojo para trabajar y nos tratan como a mercancía!
Se quejaba de la frecuencia de los trenes y los pasajeros miraban al suelo o a sus móviles sin hacer caso a esa chica que se desgañitaba.
—¡Sois unos mierdas por no protestar!
Yo me bajé en Atocha, acogotado por la angustia que se respiraba en ese vagón, lleno de trabajadores apretujados en su resignación.
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