Tenemos todo el derecho a maldecir nuestra suerte, a gritar con rabia que nadie tenía derecho a meternos en este sinsentido del vivir.
Lo grave es cuando lo hacemos a todas horas y con cualquier argumento.
Sí, la vida nos ofrece escenarios dolorosísimos de los que no se libra ni el más afortunado; sí, nos hace pequeñitos, vulnerables, insignificantes cuando quiere. No tiene compasiones con nadie y es justo protestar, aunque nuestro grito no vaya a otro lado que al más grande de los vacíos.
A cambio, hay días de pleno sol que, quizás, compensan los desengaños y dan sentido a lo que, a veces, pensamos que no lo tiene.
Ese sol puede ser una sonrisa.
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