—¡Sácame a la calle!
Tenemos el inmenso centro de Sevilla a pie de calle para pateárnoslo sin rumbo, aunque hay días en los que cogemos el coche para perdernos en cualquier pueblecito a las afueras.
—¿Qué tal el 12 tapas? —propuse.
Así que tiramos hacia Castilleja de la Cuesta para deleitarnos con ese coqueto restaurante que aparece en las guías Michelín.
Estaba vacío.
—¿Tienen reserva?
—No —dijimos, pensando que le hacíamos un favor a un negocio que no tenía ningún comensal.
La cena, con un tartare de atún con tomate frito y huevo de codorniz como plato principal, fue una delicia. Cuando nos dimos cuenta, en el restaurante no cabía ni un alma. ¡Con suerte habíamos encontrado una mesa un martes noche de puro frío y humedad!
Hay que contar hasta diez antes de perdonarle la vida a nadie.
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