Es en los momentos más dulces cuando uno se plantea por qué el tiempo no es infinito.
Charlas pasionales, un arroz junto al mar, una novela de Patricia Highsmith, paseos por la calle Betis, un mensaje cariñoso de mi sobrino, pelis en la cama junto a Fran.
Buscar el que esas situaciones se repitan por siempre no es pecado. Es tener sangre en el cuerpo. Entender que la vida se compone de episodios de todos los colores e identificar aquellos con los que te quieres quedar. Que todos los jueves se repita esa cena, hacerle la misma fiesta a esa canción, siempre, que todas las tardes llegue un comentario de Carmen Estellés a mis textos.
Luego hay días, hay ratos, hay gentes desagradables, tragos por los que hay que pasar, noticias horrorosas que te hacen comprender el sentido verdadero de las cosas y se quita uno de la cabeza la noble idea de querer que todo dure por toda una eternidad.
Eso sí, que no nos quiten esos instantes en que quisiéramos vivir por siempre.
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