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miércoles, mayo 17, 2023

Eslava

Mis pausas para comer en el Eslava eran una delicia.

Eran.

Me saludaban al entrar y en dos minutos ya tenía mi salmorejo por delante. Simpáticos, eficientes, comida sabrosa y barata, ese bar era un paraíso a cien metros de casa. La pausa perfecta en las jornadas de trabajo.

Tan buenas opiniones tenía, y tiene, que desde hace años es imposible comer allí.

El otro día estaba tan antojado que decidimos plantarnos a cenar ¡a las siete de la tarde! Completo. 

No hay un solo cliente local, abundan los japoneses y los nórdicos, que disfrutan del placer de comer como los ángeles por un precio regalado, solo se oye inglés, francés o alemán.

Esto trae consigo la despersonalización del negocio, los camareros pierden a la clientela fiel y se vuelven trabajadores de aeropuerto, donde cada día aparecen caras nuevas que nunca volverán.

Eso desanima, sí o sí, a los empleados. Eso rompe la magia de negocios con solera.

Pero el euro es el euro. Nada que objetar.

Ocurrió con otro restaurante que adorábamos. Estábamos como en casa, nos conocían por nuestros nombres, se dejaban aconsejar. Con los años, eliminaron la posibilidad de reservar, había que llegar tempranísimo y hacer cola antes de que abriesen, fueron subiendo precios, disminuyó la amabilidad del personal. La gallina de los huevos de oro se hizo agresiva y el turista se asustó. A día de hoy, han tenido que retomar la carta antigua, más económica, y vuelven a buscar al cliente sevillano. 

Soy un firme partidario del turismo, más en una ciudad como Sevilla, necesitada de empleo y de entrada de dinero. 

Mi preocupación versa sobre cómo solucionar contradicciones para no convertir a la ciudad en un parque de atracciones. Si el turismo se apropia de los espacios más singulares, estos pierden su gracia, sin su esencia dejan de ser atractivos para el de fuera, se vuelven mediocres y vuelta a empezar.

El empresario debe cuidar a su cliente de toda la vida, porque siempre estaremos aquí, porque damos color, y calor, al local, porque el visitante prefiere sentir que está en un espacio auténtico, señero, con personalidad, pero prefieren eliminar la posibilidad de reservar, para así ponerlos a todos en cola, para que la cadena de producción, ¡qué importa el romanticismo!, vaya a pleno pulmón.

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