Había ido varias veces a Newcastle, en el norte de Inglaterra, por trabajo.
Siempre solo.
La ciudad, fría y húmeda, es coqueta. De un tamaño accesible para ir a pie a cualquier lado, me gustaba pasearla las tardes al salir de la fábrica que Nissan tiene allí cerca.
Mi amigo Kiko me insistía:
—Tienes que ir a la Crown Tavern, Salva.
Me enfadaba saber que había perdido la oportunidad de conocer esa taberna en los tiempos en los que visitaba frecuentemente la ciudad. Había cambiado de puesto y los viajes se habían reducido.
Pero la ocasión llegó y, además, me acompañaría Fernando, más amigo que compañero de trabajo.
Por cuestiones logísticas tuvimos que tomar dos vuelos diferentes. Yo llegué por la mañana y ya me paseé por la acera de la Crown Tavern. Fernando llegó por la tarde y, en cuanto se duchó, nos fuimos para allá.
¡Nervios!
Fue abrir la puerta de la taberna, nosotros que íbamos maqueados para la fiesta, y nos encontramos con el hogar del pensionista. Allí dentro el más joven tendría 70 años. Todos se giraron para vernos.
Nos miramos Fernando y yo y decidimos quedarnos.
—¿Dos pintas de cerveza?
—¡Venga!
Qué buen rato pasamos.
Ahora que lo escribo, pienso... vaya guasa que tiene Kiko.
No hay comentarios:
Publicar un comentario