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viernes, mayo 12, 2023

Indio

Estaba terminando de rematar mi novela, recluido en el piso de mis suegros en Portugal, cuando los gritos de un crío me sacaron de la historia.

La luz entraba a raudales por el balcón, la brisa era perfecta, el momento final, tantas veces imaginado en mi cabeza, se acercaba. Iban a proponerle a mi protagonista algo que llevaba media vida esperando.

Pero fuera el niño empezó a jugar a la pelota. Él solo. Daba con el balón en la pared y gritaba a cada patadón.

Me asomé con cara de pocos amigos y allí estaba él, un chaval indio, hay muchos en el Algarve, de cinco o seis años, jugando consigo mismo. Me metí en el salón, y cerré la puerta del balcón. El niño, tal vez comprendiendo la situación, tomó la pelota, se sentó en un poyete y se calló.

Por fin pude escribir la frase, la emoción me subía por las piernas. ¿Le pediría o no mi protagonista a su amigo que no se fuera a Perú?

Puse el punto final a una historia en la que he batallado con muchos de mis traumas personales.

Me asomé al exterior, a través del cristal, y allí estaba el pequeño indio, callado, con la pelota abrazada a la barriga, mirando al escritor mosqueón.

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