Era mi plato preferido de entre todos los que nos hacía mi madre. De esos placeres que idealizas en el recuerdo y no te atreves a estropear. Las veces que lo intenté me salían grumos en la bechamel y la pasta quedaba dura. Sí, no es lo mío la cocina.
Esta señora, en apenas tres minutos, me enseñó, con un vídeo sencillo y sus manos ajadas, a recuperar un sabor de mi infancia.
Hemos arreglado la puerta de la nevera, solucionado una inundación en el fregaplatos y evitado comprar una lavadora gracias a explicaciones sencillas de gente anónima que dedica parte de su tiempo a compartir su sabiduría.
¡Es tan grande la fuerza de Internet! ¡Sería tan bonito trabajar así, disfrutar así, en comunidad!
Lo preocupante es que Internet lo creó el ser humano y en él se proyectan también todas las miserias del hombre. La envidia, la codicia, la ira, la maldad, los complejos, las frustraciones. Todo eso también se descarga ahí.
Maldita maldad.
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