Yo le insisto a Fran en que disfrute de sus padres.
No hace tantos años me gustaba, al salir de trabajar, atravesarme Sevilla de norte a sur para tomarme un mero empanado con mi padre en el Jamaica.
Ese momentazo de pillarle con el puntito gracioso de cerveza, en el que me presentaba a sus amigos de siempre y le explicaba a cada camarero que yo era su hijo, el ingeniero.
—Pídete unos huevos rellenos, que te gustan mucho.
Sí, me gustaban los huevos rellenos y el mero empanado, pero sobre todo me gustaba saber que estaba ahí, que no había persona que me quisiera más ni se sintiera más orgullosa de mí.
—¿Cómo van las cosas por la fábrica, hijo?
Me paso la vida diciendo a Fran que tenemos que ir al Jamaica, que muero por una cerveza fresquita como las de mi padre, por un mero empanado, por ver esos ojillos alegres al ver a su niño aparecer por sorpresa.
Pero nunca vamos.
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