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domingo, abril 30, 2023

Vómito

A la primera persona de mi entorno a la que confesé mi homosexualidad, tras un proceso doloroso que me carcomió por dentro, fue a mi hermana Mónica.

Era un viernes noche, estábamos en un bar de la Alameda, entre amigos, y mis hermanas comenzaron a hacer comentarios de lo bien que me iban las cosas. Hablaban de mí, de un veinteañero que no podía sufrir más su soledad bajo la capa de joven ingeniero, deportista, conversador, juerguista, viajero.

Esa noche di un grito de desesperación y salí del bar.

Mónica vino tras de mí, extrañada por mi reacción. Y volvió con la cantinela de lo bien que me trababa la vida, que no tenía derecho a quejarme, que cómo se me ocurría pegar ese grito...

Yo me monté en mi Clío y ella se puso delante, para bloquearme la salida. Me hizo bajar las ventanillas.

—¿A ti qué te pasa?

—Mónica, soy homosexual. —No tenía pensado decírselo, fue mi cuerpo quien expulsó la frase, no yo, cansado de tanta mentira.

A mi hermana se le cortó el cuerpo, la senté en el asiento del copiloto y vomitó. 

—Con las hermanas tan modernas que tienes —me decía, compungida.

Para mí hay un antes y un después de ese día. En esos meses hablé con mi padre, con mi hermano, con mis mejores amigos. Fue una terapia de liberación de una magnitud imprevisible para mí.

El otro día, casi un cuarto de siglo después, lo recordaba con Mónica. Ella guardaba una imagen mucho más dulce de ese momento. No recordaba mi grito, ni cómo me hizo frenar, ni el vómito que le provocó la noticia.

Es curioso cómo los humanos organizamos la biblioteca de nuestros recuerdos.


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