Si hay un mago de las humanidades que une civilizaciones, ese es Murakami.
Hay quienes critican su literatura por ser demasiado fácil, por sacarse conejos de la chistera para solucionar planteamientos irresolubles, por repetirse en tramas y personajes. Todos tienen razón, lo que no quita para que sea leído cada día por millones de personas.
Quizás haya que recordar a esos críticos que la lectura de Murakami reconforta, que el lector empatiza con sus personajes, que crea atmósferas muy particulares en las que te metes y no sabes, ni quieres, salir.
Ayer Carmen Estellés me dio una alegría al avanzarme que le concedían el Princesa de Asturias de las Letras.
¡Olé!, grité.
Olé por mezclar en su universo a Oriente y Occidente, con la falta apremiante que nos hace romper fronteras en estos años convulsos en los que todo lo malo viene de fuera. Olé por mostrarnos la grandeza de su país, por tratar con tanta delicadeza el sexo, por hacernos sacar el móvil para investigar grupos de música o recetas de cocina en mitad de una novela, por sentir que no somos tan raros, por sentir que ser tan raro no es malo.
Los premios sirven para eso, para reconocer al creador, para alegrar al seguidor, para decirle a quien no lo conoce, ¿no te apetece viajar con Murakami?
Anímate, empieza por 'La muerte del comendador'.
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