En esa pretendida lucha por hablar sin complejos, se permiten atrocidades. En nombre de la libertad se proclaman barbaridades, en una pretendida lucha contra los 'modernos'.
Es la fiera que alimenta Trump, bajo la pretendida astucia de llamar a las cosas por su nombre.
Resulta que hay una candidata a alcaldesa en Valencia que es sorda y lesbiana. Resulta que hay un programa de máxima audiencia que se mofa de ello.
¿Qué más tiene que tener alguien para ser candidato?, se ríen. ¡Sorda y bollera!, gritan, a carcajadas.
Seguramente no tengan a nadie sordo en la familia, ni tengan aprecio a nadie homosexual. Es posible que Pablo Motos y Miguel Lago no sepan lo que es nacer sin referentes, crecer en una sociedad que ridiculiza al diferente. Seguro que no saben del dolor de cargar con una discapacidad, ni de las dificultades que cualquier persona, desde su más tierna infancia, siente al pertenecer al círculo de los que no somos 'normales'.
Ese programa lo ven críos, chavales que a lo mejor no son sordos, pero sí tartamudos, niñas que a lo mejor no son lesbianas, pero sí tienen una cojera, o un brazo más pequeño, o la cara invadida de acné. Chavales que, sin tener ninguna característica que les diferencie, no están aún maleados por la falta de sensibilidad de esos dos graciosos.
A esos jóvenes espectadores esos comentarios jocosos no le ayudarán a ser mejores personas, ni más solidarios, ni más empáticos, sino que les harán embrutecerse para defender su supuesta normalidad.
Yo crecí escuchando chistes de maricones, sin ningún referente en el que apoyarme, sometido al dictado de lo que debía ser un joven ejemplar.
Tardé 29 años en pedir socorro.
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