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viernes, enero 15, 2021

triste

No echo de menos a la gente triste. 

Porque yo era un triste. 

Y conseguí salir, así que no me gusta que me recuerden cómo era estar encerrado en mi cueva de lamentos hacia un mundo exterior que me agredía.

Afortunadamente un día tuve las agallas de salir fuera de la cueva a inspeccionar. Y luego otro día. Y ya cada mañana me levantaba con ánimo de pasear como un intruso. Nadie se fijaba en mí. Era la mejor noticia. Me di cuenta de que nadie me prestaba atención. Que lo que yo veía como agresiones y peligros no eran sino invenciones mías. 

Fue entonces cuando tiré las llaves de la cueva al río del olvido para no volver a entrar jamás. 

Aún distingo a los intrusos que inspeccionan a mi alrededor para meterse a cada rato, atemorizados, en sus cuevas.

Son chupasangres. Lo sé, porque yo lo fui. 

Intentan con sus lamentos sutiles conquistarte a partir de la pena. Tratan de convencerte con verdades que yo ya digerí.

Los hay muy inteligentes, que te llevan al huerto de la negritud sin que tú te des cuenta. Con palabras sabias, con modales exquisitos, con caricias insanas.

Yo los huelo. 

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