Tengo amigos muy válidos que no saben cuán felices son.
Siempre embarcados en aventuras que nos contagian de sus emociones, quedar con ellos es un chute de vitalidad. Entran a saco en cada conversación, se mojan con todo cuando de opinar se trata y sus semanas son un regalo lleno de momentazos que han sabido buscar.
A mí, de vez en cuando, me gusta preguntarles si son conscientes de lo felices que son.
Entonces me miran raro, al tiempo que se hacen la pregunta por dentro.
¿Hace falta nombrar a la felicidad para disfrutarla?
Ocurre como en la infancia, época liberada de toda tensión en que pasamos de un juego a otro sin más preocupación que divertirnos. ¿Somos felices si no lo sabemos?
No sé si preguntarse acerca de nuestro propio bienestar mental agudiza o no nuestra capacidad de disfrutar del mundo, lo que sé es que a mí me viene bien el frenar cada cierto tiempo, cuando nadie me ve, para decirme lo feliz que soy.
No hay comentarios:
Publicar un comentario