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jueves, enero 28, 2021

Nocilla

A mi abuela materna le perdimos la pista cuando murió mi madre.

Solían rezar las dos el rosario, junto a mi tía Elo, con el salón de su casa tan en penumbra que a mí el  miedo se me colaba por la camisa.

Ora pronobis.

Repetían una y otra vez oraciones sentadas alrededor de la mesa camilla. Tengo ese soniquete metido en la cabeza como si fuera ayer. Con un tono plano, en ratos eternos. Yo, pequeñillo y curioso, me acercaba. Me sentaba en silencio junto a mi madre, me agarraba a ella. Las recuerdo a las tres con los ojos cerrados, la tele apagada, las cortinas echadas. 

Ora pronobis.

La escena produce frío en mi memoria.

A la vuelta de uno de sus viajes de negocio, el que era novio de Elo trajo un regalo a su suegra. Mi abuela lo recibió con regocijo. Era un rosario tallado artesanalmente en Guatemala. No podía haber elegido mejor mi tío Jose.

Recuerdo como si fuera ayer el día que llegué a su casa y mi abuela me lo quiso enseñar.

Mira lo que me ha traído tu tío, Borete.

Sacó con parsimonia el rosario de su caja y me explicó que estaba hecho con no sé que tipo de madera.

¿A qué te huele?  —se interesó.

Yo sentí que todo el mundo me miraba. Cerré los ojos, puse la nariz.

A Nocilla, abuela.

No le hizo ninguna gracia mi sinceridad.

Este niño se está volviendo tonto con tantos dulces para merendar.

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