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sábado, enero 02, 2021

Restaurantes

Yo no voy a los restaurantes a comer.

Tenemos una nevera hermosa en casa, la suerte de muchos amigos dispuestos a acompañarnos y nos salen platos riquísimos.

El otro día Fran me insistía en ir a una taberna de diseño muy de moda en Sevilla. Decoración impecable, comida rica, precios moderados.

Pues no me gusta insistí.

Un rato después, mientras paseábamos por San Lorenzo, encontré la explicación.

—Cuando salgo a comer a la calle, busco emoción.

Lo dice quien tiene el privilegio de estar todo el día de paseo. Nuestra situación económica es sana, no tenemos hijos y sí mucha vida social. Por eso no tengo necesidad de visitar locales donde los camareros piensen que tú vienes allí a saciar el hambre.

Yo acudo a sentirme bien, a que me llamen por mi nombre, a agradecer el trato. Yo busco un espacio donde prolongar la sala de estar de mi casa. Para mi suerte, ¡existen muchos sitios así!

La principal labor de un camarero, a mi entender, no es saber mantener el equilibrio de su bandeja cargada de cañas, sino la empatía. En estos tiempos en que la mayoría de los comercios temen por su supervivencia debido a la competencia del mercado online, un buen camarero acabará siendo una pieza cotizadísima. Un hostelero que sepa orientar su negocio sabe que un buen profesional trae muchos más clientes que una buena merluza.

Este mundo de teletrabajos y repartidores de Amazon necesita establecer espacios de comunidad donde podamos compartir los mejores momentos de nuestras vidas. 

Un plato tiene que ser exquisito para que me acuerde de él y me haga volver de nuevo. Un camarero humano seguro que me hace repetir y publicitar el sitio.

Yo pido una sonrisa, porque la doy.



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