—La vida es fea —me decía hace unos días un amigo, en el tanatorio, tras dar el último adiós a su madre.
—La vida es fea hoy —le respondí—. La vida es fea hoy para ti, para nosotros, que estamos aquí contigo.
Sí, así se ofrece a menudo, sin piedad, malaje, dañina, cruel.
Devastadora.
Me quedé pillado con su frase, que deshice, ya de vuelta, con esos días de sol en las playas de Conil, con los festivales que celebramos en su casa de campo, las fiestas de disfraces, el nacimiento de sus niñas, las cervezas en la Alameda, su pasión al hablarnos de su empresa, las discusiones divertidísimas con su mujer.
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