Nací con ese don, el de que se me borre de la mente la cara de la gente que detesto.
No hace falta que hayan pasado veinte años, sino incluso me ocurre con aquel a quien realicé hace pocos días una presentación en el trabajo y me trató con la punta del pie. Intento hacer memoria, y no distingo sus facciones. Como si fuera un bulto con ojos con camisa y pantalón.
Me di cuenta hace unos años y lo celebré. Tengo el poder mental, involuntario, de no retener la cara de las personas que me hacen daño.
Está chulo, ¿verdad?
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