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viernes, septiembre 23, 2022

Precioso

Desde que se jubiló, mi padre se entregó a la Historia.

Lejos de su profesión de perito agrícola y de sus visitas a los arrozales de las marismas sevillanas, comenzó a montar en la casa su trinchera de enciclopedias para organizarse un nuevo presente.

Como en un juego de niños, él memorizaba fechas de nacimiento de escritores, músicos, pintores y anotaba cuáles eran sus obras principales, hacía esquemas genealógicos de los reyes de España, de Francia, de Inglaterra. Se pasaba las horas anotando en cuadenos organizados por colores toda la nueva información que iba descubriendo.

Las tardes en las que iba a visitarlo, siempre tenía algo que contarme de ellos, no de sus amigos con los que se había tomado la cerveza al mediodía, sino de Isaac Newton o de Felipe III. Se pasaba las horas enredado con sus carpetas. 

Cuando éramos pequeños y acudíamos a él con los deberes, él echaba toda la paciencia del mundo para explicarnos las ecuaciones, los sujetos y predicados, las fórmulas químicas. Le encantaban las fórmulas químicas. Te dibujaba el metanol o el propileno con la facilidad propia del empollón de la clase.

Si lo buscábamos a la desesperada, porque teníamos un examen al día siguiente, él nos calmaba para decirnos que ese problema que no sabíamos resolver era precioso.

Aprender era precioso.

Lo veo en su sillón, con su porte impecable y los esquemas escritos a mano, en esas tardes que nunca volverán.

—¿Sabes decirme cuándo nació Rosalía de Castro?

—No, papá.

Está en mí, en tardes tontas está en mí, en mi sofá con las luces apagadas está él, con su boli y sus apuntes.

Aprender era precioso.

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