Anoche terminé de escribir mi última novela y un arreón de melancolía me invadió esta mañana al despertarme.
Cuando llevas meses compartiendo tu día a día con otra realidad paralela, se hace extraño no acostarse paseando por esos escenarios inventados.
De un día para otro pierdo los superpoderes para construir universos en los que los personajes han ido pasando de figuras borrosas a compañeros de viaje en el hermoso camino de conformar historias de vida entrecruzadas.
A ellos les he dedicado largos tiempos de reflexión, poniéndome en sus pieles, tentándome la ropa, empatizando con los obstáculos que yo mismo les ponía delante sin darme apenas cuenta, porque dentro de los superpoderes están el de dar vida y el de no saberlo.
En estos últimos meses, cada noche, me he quedado dormido pensando en ellos, para escapar de mí y mis circunstancias, en una suerte de terapia gratuita donde mis personajes me han sentado en el diván, para hacerme olvidar momentos difíciles de mi mundo real, tirándome de la mano para sacarme de allí, de los pozos en los que los humanos caemos sin querer.
Pongo punto final a mi novela más social, con la que he querido acercarme al viejo, al explotado, al desahuciado, al inmigrante, al señalado, al engañado en una historia cargada de humor y de optimismo, comandada por una mujer de armas tomar que se pone el mundo por montera cuando creía, ella misma, que el relato de su vida ya estaba escrito. Siempre estamos a tiempo de dar un giro a nuestro futuro.
Comienzo a asumir, eso sí, que en mis historias siempre está la mujer en el centro de todo. De ellas nace la vida y ellas me corresponden ofreciéndome personajes como Andrea, Lucía, Virginia, Elena, Estíbaliz, Patricia, Lara o Reyes, que ya estarán siempre a mi lado.
Esta vez he acompañado en su lucha a mi querida Maru, he empatizado con ella, me he implicado hasta los huesos. Me ha vuelto loco.
Cuando llegué ayer a la última frase, pronunciada por Beatriz, una octogenaria orgullosa, sensible, moderna, terriblemente viva, sentí toda la grandeza que la literatura me ha regalado desde pequeño y, con el tiempo, me ha permitido regalar.
Vuelvo, desde hoy, a vivir una sola vida.
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