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sábado, mayo 01, 2021

Portugal

Justo cuando la barcaza se unió al muelle, di un salto hacia tierra.

¡He salido al extranjero antes que tú! grité a mi padre.

Portugal era para mí lo desconocido más cercano.

Más aún cuando para pasar la frontera había que atravesar un río anchísimo que no tenía puentes por entonces. 

Yo era pequeño y apenas pasamos unas horas, que mi madre aprovechó para comprar toallas y trapos de cocina, pero a mí la experiencia me resultó explosiva. Eso de visitar una ciudad donde todos los letreros estaban en otro idioma y la gente no hacía sino silbar eses interminables.

Con el tiempo descubrí cómo de grande es ese país, el pasado glorioso que atesora, lo bien que se come, sus inmensas playas vírgenes, el silencio en sus restaurantes, las calles empedradas, los azulejos en las iglesias, el fuerte olor a café, la música melodiosa de mujeres con voz grave.

Añoro siempre esa tierra, me adentro en ella como quien se asoma a la terraza de su casa, en la que me siento lejano a lo de siempre, a lo aprendido, a lo supuesto, en una suerte de terapia en que me demuestro que es posible escapar de vez en cuando de uno y mirarse desde fuera.

Portugal me enseñó que nunca se debe despreciar al más pequeño, al tiempo que me mostraba, al existir, cómo de grande era el mundo que yo ansiaba conocer.

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